Caricias crueles
Apenas él se asomaba en la alacena, a ella le vibraba la camisa cayendo migajas en salvajes hormigas, en suspensos exasperantes. Cada vez que él procuraba recoger las migajas se enredaba en pelusas. Quejumbroso tenía que exhalar de cara al ovario, sintiendo como poco a poco una baba se unía, se posaba reduciéndose hasta quedar tendidas como la sustancia que cae tranquilamente en las plantas. Y sin embargo era apenas el principio, ella se masturbaba, pensando en que él aproximara suavemente sus dedos. Apenas llegaba la noche, algo como un cuerno los llenaba de furia, de pronto era el sonido, la enfurecida voz de las mares, la aplastante impresión del espanto, el principio del orgasmo en una sobrehumana pausa. ¡Ah! ¡Ah! Mal apoyados en el relieve de la cama, se sentían torpes, idiotas e infames. Gritaba, se vencían los resortes en un profundo asombro, invocaban dudas en caricias casi crueles que los arrastraban hasta el límite de las angustias.