El año del invierno que nunca llegó.
Muchas veces pasamos por diversas situaciones que nos hacen pensar si estamos destinados a cumplir una función importante en el mundo. Sin embargo, existen circunstancias donde pensamos lo contrario. Este fue el caso de Isabel, una adolescente, quien después de sufrir un trágico accidente, descubre que el destino es inmodificable e irreversible.
Era más o menos la 1 de la mañana de aquel frio martes, cuando Isabel se disponía a regresar a su casa después de una fiesta, una fiesta que siempre quedaría grabada en su memoria. A Isabel siempre la recogían sus padres, pero ese día, tal vez por casualidad, tal vez por el destino, la fiesta terminó antes de lo esperado, y en vez de avisar a sus padres, decidió irse caminando con sus amigos, pues su casa quedaba a sólo diez cuadras de donde se encontraba.
Ya llegando a la casa, iba cruzando la calle cuando, de pronto, recordó que había olvidado el celular en casa de su amigo. Ella parada en la mitad de la calle, se voltea a decirle a sus amigos que olvidó su celular. En ese momento un camión iba pasando muy rápido, y tal vez por casualidad, tal vez por el destino, iba un poco dormido el conductor, lo cual hizo que sus reflejos fallaran y no alcanzara a reaccionar ante la imprudencia de Isabel.
Hoy un tiempo después Isabel está triste, deprimida, y no alcanza a comprender cómo aquel accidente le cambió la vida, lo único que hace es cuestionarse a sí misma ¿qué hice mal? Pasa los días sola, aislada, mira a sus padres llorar, pero no quiere acercase a consolarlos porque siente que su presencia los incomoda, los evita, y ellos parecen hacer lo mismo. A veces siente como si su madre la mirara, pero no la mirada tierna y cálida de siempre, sino una mirada vacía. Sus amigos no volvieron a visitarla. Después de aquel accidente quedó totalmente aislada del mundo.
Tiempo después ve a su madre un poco sonriente con un ramo de rosas, le dice a su padre que ya está lista. Y juntos sonriendo, pero un poco tristes, suben al carro. Isabel, un poco motivada por el cambio de ánimo de sus padres, decide acompañarlos. El viaje transcurre en silencio, un silencio casi religioso. Al llegar, abre los ojos y, tal vez por casualidad, tal vez por el destino, descubre con mortal sorpresa, su nombre grabado en la fría lápida de su tumba.